El capitalismo como programador subrepticio
En nuestra vida diaria hablamos de algoritmos, de inteligencia artificial, de datos e imágenes que circulan sin descanso. Pensamos que lo nuevo es lo que decide, sospechamos que las máquinas diseñan nuestro ahora. Sin embargo, un gran programador velado nos gana la partida, lleva más tiempo escribiendo código: el Capitalismo.
No necesita dispositivos de salida ni lenguajes de programación. Su sintaxis está hecha de incentivos, de deudas, de dudas y ansiedades. Es un sistema operativo invisible que condiciona nuestras elecciones antes de que podamos llamarlas autónomas. No gozamos ya de libre albedrío. Desde el deseo de comprar con compulsión hasta la forma en que medimos el éxito, la lógica capitalista reescribe nuestra conducta, línea a línea, como si fuera un software que nunca falla.
La eficacia de este programador radica en su capacidad de camuflarse. No aparece en la interfaz: lo sentimos como “familiar”. Creemos que elegimos, cuando en realidad estamos navegando dentro de un proyecto que ya venía predefinido. El Capitalismo hipnotiza con colores, destellos y estímulos sensoriales, incluso emocionales. No ordena: sugiere. No impone: seduce. No se presenta como amo, sino como horizonte ineludible.
La paradoja es que este programador furtivo no necesita conspirar. Basta con dejar que funcione el código que ya instaló en nosotros: el miedo a perder, la comparación constante, la fatídica (y falaz) idea de que todo tiene un precio. Y así, incluso cuando creemos rebelarnos, lo hacemos con categorías que él mismo nos enseñó.
Frente a esa sombra, la resistencia no es fácil. No basta con desinstalar una aplicación o cerrar una cuenta. Se trata de elegir, de pensar por nosotros mismos y reaprender a desear de otra manera, de preguntarnos qué partes de nuestro guion son nuestras y cuáles nos fueron impuestas. La lucidez no borra el código, pero puede abrir huecos: respiraderos desde donde la vida no esté dictada por la rentabilidad, sino por la dignidad.
Quizá esa sea nuestra tarea más urgente: volvernos programadores de nuestras vidas, sin aceptar que la Sombra siga escribiendo nuestras vidas por nosotros.